Ideologías: prisiones para las mentes contemporáneas (I parte)

Acompáñenme brevemente al siglo XV para entender la particular convulsión ideológica de esa época en comparación a sus anteriores. Influenciado parcialmente por una esfera de pensadores, y sus respectivos inversionistas, el renacimiento manifestó, paulatinamente y con menos censuras, los primeros esfuerzos por comenzar a devolverle al individuo un poco del protagonismo que había perdido con el establecimiento de totalitarias formas de control ideológico religioso.

La Edad Media lentamente derivó en nuevas búsquedas intelectuales inspiradas por la condición humana. La idea de “Dios” como fuente de inspiración comenzó su lento descenso hasta la realidad que conocemos hoy. Nuevas ideologías reemplazaban las antiguas; se originó entonces una reacción en cadena que consecuencialmente nos llevó a la efervescente disputa y forcejeo de filosofías, doctrinas y corrientes de pensamiento que vivimos en la actualidad.

¿Qué han prometido las ideologías a lo largo de los siglos? Algunas prometen paz y armonía. Otras prometen libertad, vida eterna, o riquezas y propiedad privada. Algunas prometieron sociedades equitativas y justas, pureza de raza, liberación sexual, igualdad de género, y hasta superación de la condición humana a través de la ciencia y tecnología. El propósito de este texto no es defender o criticar alguna en particular. Espero que cada quien determine el juicio de valor que mejor considere para juzgar la que más le interese. El motivo de este texto es incentivar reflexiones sobre la esencia de las ideologías y las consecuencias de encasillar el pensamiento humano.

No mucho ha cambiado desde la declaración de los derechos humanos, o desde la fundación de importantes doctrinas religiosas. Si bien la enseñanza de la historia nos puede proponer que estamos mejor que nunca como especie, no es inválido argumentar que la condición humana continua tan cruel, racista, misógina, violenta, hambrienta, malnutrida y esclavizada como lo ha sido a lo largo de los milenios.

La posibilidad que mil millones vivan en la absoluta miseria, el tráfico ilegítimo de sexo, armamento y narcóticos, las inflexibles políticas expansionistas e intervencionistas de grandes potencias militares, la libertad tributaria e impunidad política de conglomerados bancarios, la apatía hacia el sufrimiento y los derechos animales, y principalmente la indiferencia del grueso de la población hacia todos estos, y más fenómenos, son recordatorios constantes que los siglos de “libertad” de pensamiento y el concepto de ideologías como caminos únicos hacia el bienestar son una falacia. Las ideologías, por más virtuosas que parezcan, no son capaces de proporcionar permanente prosperidad o estabilidad (sea social, económica, religiosa o política) a grupos específicos, y mucho menos al ser humano como un todo.

Definamos “ideología”. Como conjunto de inquietudes, apreciaciones y conductas con objetivos reformistas de transformar hechos indeseados en posibles futuros deseados, las ideologías cumplen muy bien su papel de fragmentar al ser humano y poner en evidencia diferencias étnicas, sexuales, de género, económicas, religiosas, morales o políticas. Si las ideologías poseen los suficientes recursos políticos, financieros, o ambientales a través de sus adeptos, también son muy útiles para llevar a cabo transiciones a favor de una determinada población. Las ideologías llaman la atención por su poder explicativo de la realidad, pero frecuentemente caen en doble moral: tratar la propia ideología como auto-explicativa y sin necesidad de satisfacer requerimientos lógicos, pero otras ideologías sí deben ser justificadas y satisfacer estos requerimientos. En su esencia inmutable y estática contradicen la misma naturaleza cambiante y versátil de la vida en sociedad. Pueden fácilmente volverse totalitarias y doctrinales.

Si los adeptos a una ideología dominan la sociedad, fácilmente pueden volverse despóticos e intolerantes. Contrariamente, si sus ideologías no están en el poder, estos son pesimistas y críticos. Para unos, una ideología es una verdad, para otros es una ficción: las ideologías son fundamentalmente situacionales y derivan de un contexto transitorio y circunstancial.

Significa que las ideologías son resultado de condiciones de vida específicas, influenciadas por necesidades específicas y desarrolladas por individuos específicos: manifiestan visiones subjetivas del mundo. Pueden llegar a formar parte de la personalidad de sus adeptos, y si llegan a este punto, intentar contradecir una ideología no es más un debate de ideas u opiniones, se convierte en una crítica personal y ofensiva. Mucho puede decirse sobre las ideologías pero finalizaré detallando que pueden fácilmente corromperse, malinterpretarse o descarrilarse. Nietzsche nos proporciona un ejemplo al escribir que “en el fondo sólo hubo un cristiano, y éste murió en la cruz”.

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