Pacifismo y violencia: entre la utopía, lo correcto y lo incorrecto

La paz es siempre un fenómeno que se ha estudiado ante la necesidad palpable de esta. Su concepto va más allá de la simple ausencia de conflicto bélico interno o externo. Se refiere también a las condiciones de vida basadas en la seguridad, la tranquilidad y la estabilidad, lo cual incluye el plano material, emocional y psicológico, tanto individual como colectivo de las personas. ¿Existe una contradicción entre un orden sin autoridad con respecto al concepto de paz? Obviamente no.

Todo ser que se plantee la existencia de un mundo de libertad, irremisiblemente aspira a un mundo de paz. La paz conlleva dos conceptos inseparables: libertad e igualdad, y como bien recuerda Bakunin, no puede existir libertad sin igualdad. La igualdad solo puede darse en un ambiente de paz, puesto que la guerra “toma forma institucionalizada con la creación de los estados, pero muy especialmente con los estados nacionales”, “un enfrentamiento entre grupos de clase que luchan por conquistar el poder”; por tanto, “el poder es el eje de la guerra, es lo que le da sustento y la justifica” [*]. La guerra es una de las manifestaciones más importantes de la desigualdad: entre quienes poseen y quienes no, entre quienes dominan y quienes no, entre quienes conquistan y quienes no.

Este mismo principio se aplica a la paz social, es decir, a la seguridad, tranquilidad y estabilidad de la que se habló líneas atrás. A lo interno de los estados, la paz social solo podría existir en un orden sin autoridad, en el tanto las tensiones entre los detentadores del poder político, económico y social y aquellos que no poseen nada se verían apaciguadas conforme la igualdad se alcance materialmente, se elimine el poder político y el influjo individuo-colectivo se armonice con la eliminación de la propiedad y del estado, es decir, con el fin de la autoridad real y ficticia. Solo puede ser libre quien no se impone ni se deja imponer, solo se es libre en el tanto las arbitrariedades del poder desaparecen, en el tanto el conflicto provocado por el caos sistémico termina con el proceso de transformación social.

Ahora bien, una cosa es el anhelo de paz que todo luchador por la libertad desea y otro muy distinto es, nuevamente, abstraerse de la realidad violenta en la cual se vive. Como se dijo, el sistema político, económico y sociocultural es caótico y se reproduce bajo esta forma constantemente. Este desorden se manifiesta violentamente: crimen, represión, opresión, guerra, usura, explotación, desigualdad, hambre, miseria. ¿Cuál es la postura de quien se plantea la libertad y el orden de cosas desde otras formas de organización antiestatistas y anticapitalistas? Al menos para quien escribe, es claro que el sacrificio cristiano (poner la otra mejilla) no es una opción.

El enemigo es violento y el pacifismo no lo transformará. Las acciones no violentas son fundamentales, pueden ser golpes bajos a las estructuras, pero difícilmente desmoronarán todo el andamiaje de poder. Sin embargo, esto no es un llamado a la violencia irracional contra el aparato del poder político y económico pues, atendiendo al principio de la razón, no existen las condiciones para dar un golpe certero al Estado o al Capital. Chocar de frente con el poder, en las circunstancias actuales, es un suicidio. El método que ha de seguirse es, pues, el de la educación en, para, por y hacia la libertad, comprendiendo que esto implicará la violencia sistemática e institucionalizada de quienes detentan el poder. La mejor estrategia que ha de seguirse es la defensa y esperar, mientras se van creando las condiciones subjetivas, el momento oportuno para que, junto a los oprimidos en pleno proceso de concienciación, se logre pasar al ataque.

El sistema político y económico es violento, serán las personas quienes decidan, en su angustia y en su consciencia, en su dinamismo y en su creatividad, el método a seguir en el momento dado. Asumir una postura irracional puede llevar a un individuo o a un colectivo a posicionarse desde una postura autoritaria y de vanguardia milenarista. La lectura de los tiempos, la preparación continuada, la paciencia y el trabajo programático de la idea, es lo que define el hoy y el ahora. En esto no hay utopía, en esto hay una consciencia absoluta e irremediable de la realidad tal cual es. El enemigo es fuerte, la resistencia es débil.

Por estas razones, no hay tal pacificación de la radicalidad, pero esa radicalidad, que se encarna en el más profundo anhelo de la libertad, es totalmente coherente con el momento histórico (o pretende serlo): el combate directo es absurdo hoy, pero no se descarta mañana. Por ahora, está la preparación, la generación del músculo social alimentado por las condiciones materiales, el análisis y la reflexión. La destrucción acaecerá cuando sea el momento oportuno, con el menor número de bajas posible (esa sería la consigna), pero llegará, y en ese momento apocalíptico, sobre esas ruinas en llamas, un nuevo mundo verá la luz (aquí tienen su utopía).

Definir lo correcto o lo incorrecto sobre el método (violento o no violento) a seguir es arriesgado y temerario. Tal cosa no existe. Ese método solo lo definen las personas en su despertar colectivo, como sujetos que se ven ahora conscientes de su posición en el mundo, como oprimidos. Y en su realidad contemplarán solo la destrucción, mientras en su horizonte emanará un orden nuevo.

Nota
[*] Solano, J. (2016) La guerra y la paz: una reflexión para los tiempos actuales. A de Libertad. Recuperado de https://adelibertad.noblogs.org/post/2016/10/04/la-guerra-y-la-paz-una-reflexion-para-los-tiempos-ac

José Solano