El imperio contraataca

Por más que la posmodernidad ha querido opacar los viejos conceptos por considerarlos parte de una historia que ya fue, no cabe duda que ante las nuevas arremetidas de los Estados Unidos en contra de Siria y Afganistán, sin olvidar su sutil presencia en el Yemen a través de Arabia Saudita, reviven las clásicas nociones que se consideraban pasadas de moda en el nuevo léxico de la geopolítica mundial. Es el imperialismo una forma de dominación en muchos sentidos, pero el predominio de lo militar vuelve a la palestra internacional, como si el planeta se encontrara en sus últimos años del siglo XIX y principios del XX.
Eisenhower advertía sobre los riesgos que traía la creciente industria militar estadounidense como forma de gobierno paralelo en ese país, capaz de tomar las decisiones sobre la guerra y la paz en cualquier parte del orbe. Así fue. Tomó las decisiones sobre Eisenhower, luego sobre Kennedy y así sucesivamente sobre cada nuevo presidente en los Estados Unidos. Donald Trump no sería la excepción. Recuérdese que todo el discurso del magnate giraba en torno al chovinismo más recalcitrante. Suponer, por tanto, que ese nacionalismo implicaría un ensimismamiento hacia la política interna sería un error garrafal en la interpretación de la geoestrategia militar estadounidense. Primero porque se trata de la principal potencia militar e industrial del globo; segundo porque esto conlleva una necesidad de expansionismo frente a otras potencias que luchan por esa hegemonía global y regional.
“Hacer grande a América otra vez” solo podía implicar una cosa: volver a sentar el orden de quien manda en la mesa. Trump no se anda con rodeos. No le tembló el pulso para hacer un masivo ataque con sesenta misiles sobre Siria ni tampoco para lanzar la bomba no atómica más potente que tiene su ejército. Son señales claras de lo que implica la ideología nacionalista, míresele por donde se le mire. El objetivo de Trump es volver a dinamizar la economía a través de la guerra y del proteccionismo, pero evidentemente el segundo conlleva al primero. Y el interés primigenio que debe ser protegido es el hegemónico, para ello nada mejor que aumentar el gasto militar, que al mismo tiempo moviliza los demás sectores de la economía. Sería aventurero, quizás anacrónico, y bastante arriesgado hacer una comparación, pero en nada le envidia este comportamiento geopolítico al fascismo alemán de los años treinta del siglo anterior.
Pareciera que Trump está dejando las cosas claras nuevamente, le está recordando a sus principales competidores cómo debe ser jugado el ajedrez. De esta forma doblega aún más a Europa a través de la OTAN, que simplemente se ha convertido en el coro desafinado de los Estados Unidos, mientras tanto reta silenciosamente a Rusia, cuyo mayor representate, Putin, se convierte en una mente más calculadora y menos emotiva ante esta embestida norteamericana, que pareciera dejar todavía entrever la carta del beneficio de la duda hacia Trump.
Las amenazas de Estados Unidos se dejan ver claramente: Siria es el primer objetivo, Corea del Norte está en la mira y Venezuela le empieza a hervir la sangre. Mientras tanto sigue más solapadamente por sus otros flancos abiertos: Afganistán, Irak, Yemen. Cuando de democratizar al mundo se trata, Estados Unidos sabe que no existe mejor fórmula que introducir derechos humanos por la fuerza, a punta de bala, sangre, violación y destrucción. Y si para eso debe romper los protocolos internacionales como ocurrió en Irak y recientemente en Siria, es porque la voz divina del Destino Manifiesto así lo ha encomendado.
Sin embargo, esto es solo parte del juego del poder interestatal. Trump necesita reivindicar la hegemonía imperial norteamericana, lo hace a través de su discurso patriótico, fascista, religioso y repugnante. Golpea la mesa para reafirmarle a Europa, Rusia y China que el poder de las armas sigue en sus manos. Lo hace, evidentemente, contra los más débiles, sin embargo empieza a tejer el camino para hacer una demostración de fuerza con sus contrapartes. El petróleo de la región, el gas natural, las reservas de uranio y plutonio, las vías marítimo-terrestres son parte de la motivación que ejerce el Medio Oriente para asumir una posición cada vez más beligerante. El estancamiento de la economía capitalista tras la crisis de 2008 necesita un reajuste y un Estado fuerte y vigoroso (o al menos que lo demuestre), es lo que necesita el Capital.
En suma, esta es una lucha imperialista que vuelve a poner a la cabeza (y en el ojo del huracán) a los Estados Unidos. El control de la zona es fundamental para Rusia y para Estados Unidos, así como para sus respectivos aliados. Evidentemente, tal y como se presenta la situación geopolítica, uno avanza y el otro se defiende, razón por la cual no ha estallado un conflicto de grandes proporciones. Mas es cuestión de tiempo para que la bomba explote, todo dependerá de la estrategia a seguir por los Estados Unidos en el corto y mediano plazo. Rusia ha tolerado las provocaciones, pero simplemente espera algún detonante, quizás un espacio de debilidad que exponga el talón de Aquiles de la OTAN, o tan solo está midiendo la fuerza y las posibilidades de alguna victoria (o bien del posible desastre que se desataría).
Lo que sí queda claro es que las potencias imperialistas latentes (Rusia y China), así como las decadentes (Europa), están esperando el tropiezo que vuelva a reconfigurar el mapa geopolítico imperial. Esa es la política internacional, así es la naturaleza del Estado, cualquiera sea su signo. Entre tanto, millones seguirán siendo la carne de cañón de un conflicto que se niega acabar. Uno donde diversos estados se pelean el control de los territorios, mientras desde abajo se tejen redes y resistencias, nuevas formas de organización que, en última instancia, tratarán de ser arrasadas por la coalición de los otrora enemigos, se vivió en la Comuna de París, en la Unión Soviética o en la España en guerra por recordar los más memorables. Todo dentro del Estado, nada fuera de él.
José Solano